Como docentes de la Policlínica
Universitaria de la UEM, hoy nos corresponde despedir, con mucha nostalgia, al
Dr. Víctor Zurita. Víctor, como lo llamamos todos, ha cumplido su faena de un año
académico fabuloso, de manera fabulosa. Y se va porque quizás, a su juicio, ha
culminado un ciclo, ha terminado de trazar el círculo perfecto de su quehacer
de profe -que ya nunca podrá dejar de ser profe-, para ir hacia nuevos
escenarios, a mayores desenvolvimientos, elementos que busca con desazón pues
en él la superación es un cromosoma más en su núcleo de hombre ibérico y noble.
Trabajador de los fines de semana,
impartidor -a diestra y a siniestra- de docencia de la buena, viajante desde su
lejano hogar en Valladolid, viernes tras viernes, sábado tras sábado, por
simple -y grandísimo- amor a la docencia, Víctor ha sido un tremendo referente
para todos y cada uno de nosotros. Ha sido un compañero dulce y agradable, un
caballero y un profesional del más alto nivel.
Mis recuerdos de aquellos
primeros meses fríos, raros, en que apenas nos conocíamos entre nosotros, nos
equivocábamos de nombres y de personas y no acabábamos de tomar por los cuernos
la escurridiza historia clínica informática, están y estarán por siempre
vinculadas a la imagen hermosa -por dentro y por fuera- del más vallisoletano y
gentil de los profesores. Salíamos él, Conchi, la inefable Tatiana y yo, casi todos
los sábados en la alta noche madrileña, muertos de cansancio y de frío y quiero
creer que, pese a lo inespecífico de los comienzos y lo inestable y lo duro de ejercer la odontología en tiempos de tan dura crisis, éramos
felices.
Quiero creer y quiero decir que
éramos felices. No habría otra explicación para esta pena que siento ahora que sé
que Víctor Zurita se nos va.
Salíamos de formar a chicos y
chicas en un sótano que era un taller donde nosotros, también, nos formábamos. Quiero
decir que nos la currábamos duro, perseguíamos toda la calidad posible y más
allá, algo que en el Dr. Zurita es casi un sacramento.
Querido Víctor, tengo que escribir
que admiro mucho esa capacidad tuya -a prueba de bombas- de incorporar a la vez
tantos temas y sumergirte en tantos vericuetos de la especialidad. Quiero
confesar que he visto en ti a un profesional constantemente inquisitivo, que no
ha dejado de ser el estudiante que fue y será, que sabe -de una manera casi innata-,
aquello que un reconocido profesor me dijo una vez en un hermoso claustro de
la Complutense -acaso la mayor verdad que la docencia guarda-: la mejor forma
de aprender, es enseñar.
Yo llevaba casi un lustro de vida
docente, y no me había percatado de eso que Víctor comprendió tan bien desde el
primer momento. En el enseñar aprendiendo, en el no detenerse en un punto
jamás, está el mayor mérito y el mejor legado que Víctor -quien se va porque
quiere, aunque ninguno de nosotros quiere- nos deja.
¡Un abrazo enorme colega, amigo,
hermano! ¡Mucha suerte!

Gley....que bonitas palabras. Victor se te quiere, sabemos que te ira de lujo donde quiera que vayas. Un placer!!!!
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